lunes, 10 de diciembre de 2012

21 de noviembre de 2011: primer día en la UCI de la CUC.


Después de despertar de esos días divinos de muerte clínica, y de sentarme en la silla para enfermos, - la cual tiene espaldar pero no base, a fin de poder lavar o asear a quien sufre el dolor y el agotamiento general que se da después de un infartazo como el que he sido capaz de aguantar -, es tiempo de compartir con ustedes esos días duros del 20 al 30 noviembre de 2011, en donde me doy cuenta de lo que vivo y tomo las riendas de lo que ha sido mi recuperación, desde el primer segundo, siempre cumpliendo como guerrero espartano lo que me dicen los médicos, y atado desde el fondo de mi alma, a ese Dios Amoroso que conozco...

Lo primero que puedo ver el 21 de noviembre es el techo inmaculado y blanco de mi habitación. El domingo 20 es un día perdido. Sólo sé que el traslado desde la Clínica del Country a la Colombia, según me dicen, fue algo muy parecido a una misión de la NASA, pero no entre los cráteres de la luna, sino de la muy confusa Bogotá... Agradezco la intervención de mi hermano Felipe y del Dr. Rodado, quienes, a modo de MacGyver, tragaron mucha saliva en agudos instantes de riesgo... Ya en la Habitación 115 de la UCI Cardio-Vascular, por un instante abro los ojos ese domingo aciago. Veo formas humanas: son médicos. Se siente la atmósfera de una funeraria.Pasa el día con más pena que gloria...

Lunes 21. Caras conocidas están ahí. Los médicos, ahora en mayor número, y algunas enfermeras están expectantes. Los ojos de mi madre me observan. Quiero ver a Noné, cosa que podré hacer más tarde. Se respira desinfectante por todos lados. El sonido constante de monitores que vigilan el curso de mi corazón aturdido, muy lento, con más ganas que vida, se convierten en la melodía que aprendo a interpretar con rapidez en la nueva dimensión que acaricio con la tranquilidad de un "resucitado".

Respiro con asistencia permanente. Tengo pañales. "Y en un mes llego al cuarto piso", me repito con cierta vergüenza... En dos segundos una ráfaga de pudor me invade. ¿Quién me va a cambiar cuando esté sucio? "Otra vez bebé", repito en silencio. Aparecen los ángeles, vestidos con ropa quirúrgica, huella de su profesionalismo aséptico. Juventud y belleza me rodean. Hasta en eso Dios es bello conmigo. Me devuelve y me abre los ojos en medio de mujeres lindas para que me cuiden... Primero, veo a Alejandra Nieto: suave,  muy consciente de las dificultades que tengo para seguir viviendo, las mismas que empiezo a descubrir en segundos... Latidos irregulares, arritmias leves, torpeza para moverme, brazos y piernas petrificados... ¿Cómo está, don Francisco?, me dice con dulzura infinita. Los doctores me saludan, pero estoy entre gallos y media noche; vale decir, con el alma en el otro toldo: muy ido, golpeado, con cinco kilos de líquidos que se quieren salir de mi cuerpo, organismo que en ese momento pesa la bobadita de 218 libras ... Es una sensación dura: estoy hinchado como un globo aerostático. El reto que se abre ante mis ojos es inmenso: ¡Me tengo que parar de esta cama, a como dé lugar! ¡Ayúdame, Dios mío! Y la seguidilla de preguntas mentales me fusila en el acto: ¿Qué tan violento fue el infarto? ¿Qué me están haciendo? ¿Dónde estoy? ¿A qué y para qué me devolvieron? ¿Cómo estará la agente afuera? Es tan absurdo el momento, que prefiero dejar que siga su curso. Duermo plácidamente. Y me hago en el pañal. Me cago como un chiquitín en medio de un bombardeo de silencios. De lo poco que me acuerdo es del timbrecito que me han puesto en las manos antes de cerrar los ojos. Me incomoda la situación profundamente. No me queda otra que olvidarme del pudor, porque en la práctica, no puedo moverme. Timbro y aparece Aleja... Estoy sucio, le digo. Por favor, excúsenme. Ella sonríe y me recuerda que es su trabajo. Se retira para llamar a sus compañeras de turno. Son 6, todas jóvenes y formadas con esa gracia de las mujeres colombianas... Tienen que llamar a un enfermero hombre, porque estoy pesando una tonelada... Fin de la función: la limpieza de tan escatológica acción se resuelve con suceso. Me mueven como un barco de ultramar, mientras intento agarrarme de las barandas. Lo logro. Quedo exhausto. El impacto es brutal para mí.

Diálogo de Amor: el Paraíso en la Tierra.
                                   
Reconozco el mundo que me rodea. Estoy conectado. Tengo chuzos por doquier: en los brazos y en el pecho. Las piernas son un jumento inamovible. Que Jesucristo me acompañe en este calvario, reflexiono en silencio. Que también esté la Virgen. En el techo de mi habitación aparecen las imágenes de mis compañeros de despertar. Siempre sonrientes Juan Pablo II, Madre Teresa y Gandhi. Sepiados, sus rostros me dan paz. Persiste el ambiente cálido del Cielo en mi habitación...

El sonido de las películas y de las series médicas me acompaña, y se hace sentir: si el monitor emite ruidos agudos, debo respirar, porque hay arritmia; si es bajo, me afano muy poco. ¿Será que me muero esta noche? Catorce horas de oxigenación me esperan como primer trabajo de esta nueva vida. Llega el epílogo del día 21. Se asoma la muerte en los cubículos de mis vecinos... No hay nada más humano que convivir con agonizantes. Morir es nacer a la Eternidad...