sábado, 7 de abril de 2012

La nueva Pascua: unidos a Jesucristo

Hago un momento de pausa en la narración de la que ha sido mi historia. Es un precioso espacio para dar gracias por tantas bendiciones que he recibido hasta la fecha.

Jesucristo, regalo infinito que Dios Padre nos entrega desde la Eternidad todos los días, ha sido un gran compañero durante mi enfermedad y mi lenta recuperación. Hoy es un día muy importante para la Humanidad, porque es el sábado que antecede a la Pascua del Amor de este veloz 2012.

Mi visión del mundo y de la vida ha cambiado enormemente, pues ya no la elaboro desde la incertidumbre, sino desde esa Verdad Hermosa, que es la Vida Eterna. ¿Para qué tantas peleas, tantos desencuentros, tantas discusiones inútiles? ¿Para qué tanta angustia y envidia cuando la meta es cierta y nos está esperando?

Los invito a pensar en esas horas definitivas que vive la familia humana desde la noche en que Cristo es colocado en el sepulcro. Son horas de silencio profundo. Surge una inquietud común, que mana del corazón de los primeros cristianos. Nada se ve con claridad, porque Jesús, que con Amor se ha hecho Cristo, duerme el sueño de la muerte. Los apóstoles no dejan de plantearse esta pregunta: ¿y ahora qué? Por fortuna, la Virgen María está ahí, firme en su Fe, dando fuerzas desde un principio, ofreciendo con su valor, una oración humilde y magnífica.




Dentro de lo fuerte del episodio, José de Arimatea, hombre acaudalado, ha permitido que el Señor tenga una tumba digna, limpia, nueva; un lugar que guarda el Misterio que a todos nos une como hermanos. El Maestro de Nazaret por fin está en Paz, después de ese viernes terrible que enmarca la dimensión de su ofrenda total. Cristo Es el cordero de Dios, que en la Cruz se transforma en Camino, Verdad y Vida para todas las generaciones por venir. No hay espacio para nada distinto que el Amor.

Lejos de nuestras almas las imágenes de dolor, porque en esa solitaria Cruz, lo que se vive es la fiesta de la certeza; la Cruz es el pase que tiene toda persona humana para entrar al Paraíso, sin distingo de raza, cultura, credo religioso o condición socio-económica. En ese madero sencillo, se nos abren las puertas de la Casa del Padre, un mundo de colores dorado, blanco y sepia, pletórico en dicha, abundancia y pulcritud, donde no hay palabras, porque son los sentimientos, fuente primera del conocimiento profundo, los que fluyen de los corazones de quienes nos esperan.

Se acerca la noche de la Fe, la pesada piedra que tapa la puerta del sepulcro será movida como si fuese de algodón. La moverá el Espíritu Santo, para que Jesucristo, resucitado y vencedor de la muerte, comience a ser parte permanente de nuestras vidas, desde que somos concebidos hasta que entregamos nuestra alma al Padre -si así lo escogemos-, para ese feliz reencuentro en el Mundo de la Vida, con quienes nos han antecedido en ese Camino...

La muerte es bella, porque es la síntesis de nuestra mismidad. Cuando la estamos viviendo, sólo podemos ofrecerle a Dios  lo que somos desde la libertad; libertad que es el sello de nuestra condición humana: imperfecta, divertida, sincera, difícil, versátil y plena de oportunidades desde el espíritu. En todo momento, perfectible; vale decir, que tiende a ser mejor todos los días, si es lo que elegimos.

Muy bien, mis amigos lectores, optimismo, positivismo en todas las horas. Esa es la invitación y el don maravilloso que nos ha entregado Dios a través de la Cruz. Jesucristo, Vivo Siempre, nos está acompañando a diario. De la mano de María Santísima, Madre de todos, avancemos en ese sendero de Amor, que es la vida. El Paraíso nos espera.




No hay comentarios:

Publicar un comentario