jueves, 25 de enero de 2018

La terquedad del Amor


A pesar de nuestra terquedad, fallas, reincidencias, desaciertos y debilidades, el sabernos amados por Dios, nos fortalece en medio de la batalla diaria que significa vivir en el planeta Tierra.

Es una gran paradoja tener que buscar el Cielo en medio de un escenario tan diferente a lo que nos invita la Eternidad. Pero ese es el quid del asunto: lo que ofrece sentido a las vivencias que debemos acoger, como regalo y como reto, minuto a minuto, es la posibilidad de hacernos como personas en la vida cotidiana.

En esta dimensión priman la envidia, la codicia, la lujuria. Las tentaciones están ahí, en nuestras narices, nos persiguen, nos confrontan sin contemplaciones. Por eso, como dinámica para entenderlas y combatirlas, en estos días he comenzado a hacer un ejercicio espiritual que me gustaría compartir con ustedes.

Dentro de mi búsqueda de Dios, imperfecta e incompleta, por ser plenamente humana, he querido detenerme en momentos culminantes de la vida de Jesús, Señor del Amor: nacimiento, adolescencia, primera juventud y finalmente, el anuncio del Reino, pensando en la forma como lo hizo, con humildad, sabiduría y ternura.

Se agolpan imágenes y mensajes llenos de fuerza, extraídos de los evangelios. Empiezo una etapa de agachar la cabeza y crecer en la Fe, a través de la lectura de la Palabra, siguiendo el orden propuesto dentro de la Liturgia de la Iglesia Católica. Este encuentro con Dios, es consecuencia de haber conocido la disciplina de una mujer de Dios, que inspira con su ejemplo. Esta lectura que he comenzado, la estoy llevando a la práctica, observando la realidad que me rodea.

El propósito más grande del año es trabajar todos los días en la coherencia, que es una condición sin la cual no podemos dar testimonio como discípulos de Jesús. Coherencia significa conectar cerebro, boca y corazón en una misma dirección. Sé que, en mi caso, eso demandará un gran esfuerzo. Lo asumo, teniendo a los apóstoles como ejemplo.

Agradezco a Dios la oportunidad que me ha dado de darme contra el muro, reventándome el alma contra la pared de mis errores. Me suelto completamente en las manos de mi Creador, porque este camino lo empiezo en ceros.

Consciente de la bondad del Padre, con humildad, inclino mi cabeza, le pido perdón y me acojo a la terquedad de su Amor.

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