viernes, 9 de marzo de 2018

Dignidad y Libertad, regalos de Dios para el ser humano


En el momento de la concepción se manifiesta el poder infinito del Amor de Dios, que da paso al milagro de una nueva vida humana. Después del amor sólo el Amor. En ese instante, se encarna una criatura, que es en sí misma divina; nacida con todas las posibilidades para desplegar un proyecto que se conecta con la historia de nuestra especie y con la Eternidad.

El Señor nos llama de vuelta al Reino cuando nuestra misión ha sido terminada. Es un misterio insondable. No obstante, esta cita definitiva es una alegría inenarrable.

Con certeza, puedo afirmar que la plenitud del encuentro con Dios no se puede verbalizar, pues supera cualquier referente racional que nos ofrece el lenguaje.

Volviendo a mi experiencia del año 2011, preciosa oportunidad que me brindó la Vida de conocer lo que existe después de la muerte, sólo puedo decir que hay dos conceptos que en este planeta han sido manoseados, de forma inmisericorde, por ideologías opuestas a Dios y a la Vida, las cuales han llevado a un terreno materialista dos regalos infinitos, que son inherentes a la propia identidad de cualquier persona: Dignidad y Libertad.

La Dignidad de todo ser humano radica en su naturaleza esencial, que no es meramente biológica: los seres humanos somos espíritus encarnados; vale decir, parte de un Plan Trascendente, que culmina con el regreso de cada individuo al Ser que le ha permitido la existencia. En consecuencia, somos dignos porque somos criaturas divinas. No hay espacio para argumentaciones políticas, sociológicas o económicas. Esto significa que cada una de nuestras células ha sido creada con y para el Amor; por consiguiente, no tiene precio ni puede ser catalogada como un artículo o bien comercial.

La Libertad, por su parte, es el regalo más preciado que cada individuo de nuestra especie ha recibido de Dios;  es la huella más hermosa que el Creador ha dejado en nuestra alma. Este regalo, que entendemos como valor determinante, nos enfrenta a múltiples preguntas con una única respuesta: el Amor de Dios es tan grande que, incluso, nos ha permitido negarlo o rechazarlo. Dios acepta lo que cada persona hace con su Libertad, porque nos respeta como nadie lo ha hecho ni lo hará jamás.

Desde el siglo XIX, los marxistas y sus seguidores contemporáneos, siempre se han olvidado de algo fundamental: los seres humanos somos fruto del Amor de Dios, que nos hace personas, a través de la donación voluntaria de los cuerpos de nuestros progenitores en el acto sexual, unido a una vocación irrenunciable por la Vida. Como se puede observar, la Libertad va mucho más allá de la simple concepción de derecho: yo soy libre, como expresión palpable de Dios, quien me ha regalado la Libertad por encima de cualquier mandato jurídico: Él me hizo libre, tan libre que cuando llegué a este mundo, lo hice en plena desnudez.

Dos actos atentan contra este principio escrito con letras de oro en el Plan de Dios: la violación, tipificada como delito con el nombre de acceso carnal violento; y el aborto, que cuando es provocado por mano humana, tiene rango de homicidio ante los ojos del Padre Eterno. ¡Cuántos millones de seres humanos han sido abortados a lo largo de la historia! Es momento de tomar conciencia al respecto, porque estamos llamados a la Vida, no a la muerte.

Queridos hermanos en el Amor de Dios: en esta realidad no hay espacio para las dudas. Sólo es posible entender al Señor y a los valores que nos definen en lo más profundo de nuestra identidad, desde el respeto supremo por la Vida, que tiene su seno y su cuna en el corazón de todo ser humano.

Recordemos siempre que es desde el corazón que llegamos a Dios cuando nos llama. Delante de Él no hay razones: sólo humildad, confianza, entrega plena. Benditos sean. Amén.

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