El miércoles 16 de noviembre de 2011 termina para mi después de la salida de la primera angioplastia. No recuerdo nada más; quedo en un absoluto blanco.
El jueves 17 arranca con una imagen divertida. Me hallo acostado en una camilla en el cubículo 8 de la Unidad de Cuidados Intensivos - UCI, viendo uno de mis programas favoritos de televisión: "Super Estructuras", magnífica serie transmitida por Discovery channel, que muestra las grandes obras de ingeniería civil que hoy se construyen en el planeta. Mi desayuno es frugal: un jugo de fruta y unas galletas, que regalo de cumpleaños a mi hermano menor.
Vuelve el sueño, me dejo ir, libre y feliz, pues ya he recibido la visita del padre Mauricio Uribe Blanco, mi Decano y amigo, quien me ha confesado y me ha dado la indulgencia plenaria, al mismo tiempo que me impuso sus manos y me administró los santos óleos, en ese templo mariano en el que se convirtió ese inolvidable cubículo 8. Con el tiempo, mi condición cardíaca cada vez se hace más difícil. Pasan las horas y una de las varias arritmias que me atacan, que no ha podido ser controlada del todo, provocará un segundo paro cardíaco -mucho más grave que el primero-, pasadas las seis de la tarde.
Posteriormente, viviré una muerte súbita durante 15 segundos, tiempo en el cual me veo en el rol de cadáver, pues me desdoblo y alcanzo a observar cómo el médico hace todo lo posible para devolverme a la vida. Tres electrochoques son eficazmente administrados. Inmediatamente, soy trasladado al cubículo número 4 dentro de la UCI, que es el lugar de los pacientes que indefectiblemente le entregarán su alma al Creador...
Desdoblarse y tener la posibilidad de ver este tipo de acciones, es algo que no se puede describir: sólo les puedo decir que cuando alguien se da cuenta de algo tan real, como que quien está en la camilla recibiendo la carga es él mismo, la situación es bastante extraña. No alcancé a ver túneles ni nada por el estilo. Sólo el acto médico de resucitación, y de nuevo... adentro del cuerpo. No tuve la oportunidad de experimentar ningún tipo de dolor, pues una gran cantidad de medicamentos y sedantes corre por mi venas en esos momentos.
En términos médicos, me encuentro muy próximo a ser un paciente desahuciado. Me remiten nuevamente a hemodinamia, donde me harán un segundo cateterismo para implantarme un balón de contra pulsación aórtico, a fin de permitirle a mi corazón algo de movimiento. En esas difíciles horas, mi impulso de eyección apenas alcanza un 15%, nivel que equivale a mucho menos del mínimo vital posible. La escasa sangre que bombea mi aturdido corazón apenas llega al cerebro y a las vísceras. Milagrosamente, no se ha fisurado ninguna de las paredes intracardíacas, y mi respuesta neurológica es adecuada. Al finalizar ese terrible jueves, se decreta mi muerte clínica, que se extenderá hasta el lunes 21 de noviembre, ya ingresado en la Clínica Colombia.
La cabeza responsable del equipo de la UCI en el Country, es el Dr. Rómulo Rodado, un barranquillero genial, enorme de cuerpo y de espíritu, que es, desde ese día, amigo para siempre. Las jefes, las auxiliares, el enfermero humano y humilde, que de día y de noche me trataron con dignidad y respeto, merecen mi mayor reconocimiento. Dos recuerdos que jamás se borrarán de mi memoria: entre el 17 y el 18 de noviembre, cuando pesaba más de 105 kilos - ¡alcancé a pesar 109!, hoy peso 78...- tuvieron que bañarme de noche, porque la neumonía que apareció como complemento perfecto del infarto, elevó mi temperatura gravemente. Me bañaron con agua tibia, en una gran lona que ubicaron en el suelo. No me podían mover por el enorme peso, y por la cantidad de catéteres, tubos y aparatos a los cuales estaba conectado...No obstante, lo hicieron con cariño. Gracias, de todo corazón.
El siguiente recuerdo: la imagen de la Virgen. Nuestra Señora de Guadalupe estuvo velando mi grave enfermedad, pues las enfermeras, jefes y auxiliares de la UCI, seres humanos magníficos, le preguntaron a María Cristina Collins, mi mamá, "que si yo creía en la Virgen..." "¡Pues claro!", respondió; cómo no, si mi relación de vieja data, con la Madre de todos, es conocida por mi familia entera. Bien, ella accedió agradecida, a la idea de poner esa imagen venerable en mi cubículo... Virgencita de mi vida: ¡Tuyo soy!
Entre el 17 y el 20 de noviembre, días de enorme tensión y riesgo para todos, vivo a Dios y aprendo lo que significa Su Amor. Las noticias son pésimas para mis familiares y amigos: la ciencia no alcanza...¡Valiente nueva!
La mayor parte del tiempo, estoy inconsciente, sedado al 100%. Me desconecto totalmente. Me voy del mundo y, en medio de ese tremendo episodio de salud, conozco la Vida Eterna. Estuve mitad aquí y mitad allá, porque jamás dejé de estar en presencia de Dios, por un lado; ni de dar respuesta a lo que me pedían los médicos, por el otro: "abre los ojos", "mueve los brazos", "mueve los dedos de los pies", "sigue la luz con los ojos", "Francisco, Francisco..."
Demás está mencionar que siempre, cuando tuve los ojos abiertos, vi a alguien de mi familia a mi lado: Papá, mamá, Alejandro, Felipe, Carolina, mis adorados tíos Collins, solidarios y afectuosos; a toda la prole que me vio crecer, los Tamayo de mi corazón en pleno: los hermanos de mi papá, mis primos, la gente que hace parte de mi ADN; así mismo, va mi abrazo agradecido para los Collins Soto -Lucía amorosa, Nohra impecable, Laurita y Julián, apoyando en todo lo que se necesitaba-; para los Collins Riaño -Helena, Andrés, primo, médico y sabio, y Cata, a todas horas ahí-; para los Castro Garcés -Amparito, Inés, Horacio, Luis Guillermo, César y Catalina, siempre pendientes -; para los Tamayo Garcés -Elisa, Fernando, Carolina, Pedro, Patricia y Tita, ellos también viviendo momentos duros-; para mis colegas de producción audiovisual en Video Films, Live, Heat Marketing Emocional y Alliance; y para ese gran equipo de Marketing News; todos, despidiéndose del hijo, del hermano, del sobrino y del amigo que se iba para siempre...Gracias, muchas gracias por su cariño y por su amor; por sus lágrimas, sus plegarias y sufrimientos.
También estuvieron firmes mis hermanos de Emaús: los Neira, Matthias, Juan Carlos, Fonnoll, Mario, Lucas, Santi Botero y el resto de ese combo que el Cielo me regaló en esta Tierra; personas maravillosas que hoy son parte de mis afectos del alma.
Y qué decir de mis sergistas de toda la vida: el padre Uribe, siendo apoyo moral e informando sobre mi evolución al interior de mi amada Universidad; Gloria Patricia, hermana en Cristo y amiga de siempre, con sus oraciones y cariño eternos; Mari Murgueitio, atendiendo a mis estudiantes en medio de la tormenta; profesores como Rafael Gómez, María Ángela de Gómez -muy queridos míos-, Hernando Correa, el Dr. Burgos, los Bulla, Leonor Bonilla Mesa, mi maestra de Literatura; cientos de discípulos que preguntaron en todo momento por mi. La Rengi, Nancy Enciso, tanta gente que no puedo olvidar en las Escuelas de Filosofía, Marketing, Publicidad, Política...Dios les pague.
Mención aparte le dedico a esa mujer que me ha acompañado en la Fe, con Amor, en silencio, aguantando afrentas injustas por más de diez años; la señora que me encontré en el camino, y de la cual no sé a qué horas me enamoré como un caballero medieval: alma gemela, que también es artista y chef, amante consumada y socia en el humor: sonrisa, carcajada, dulzura y abrazo mudo...
Nonecita, gracias por haber estado allí. Por ti, lo sabes bien, por esa petición en medio del llanto y de la solidaridad silenciosa de muchos angelitos que te mandaron de arriba, estoy de vuelta.
A esos angelitos, muchas gracias también...
El sábado 19 de noviembre, la ciencia médica se rinde... La junta médica plantea la opción de autorizar mi traslado a la Clínica Colombia o a la Fundación Cardioinfantil. Los equipos y la tecnología de la Clínica del Country son insuficientes. El domingo 20, a las 9 de la mañana, empieza una nueva odisea para todos.
sábado, 28 de abril de 2012
Los días críticos en la Clínica del Country:16 de noviembre.
Una vez en la ambulancia, con calma, miro el techo del vehículo, que presuroso se desplaza por las calles del Lago, conocido sector del norte de la capital de Colombia. Sé que me puedo morir: no tengo mucho más que pensar... Debo comunicarme vía Blackberry con amigos y familiares; eso es lo que hago. Envío mensajes rápidos, donde informo sobre mi dolencia cardíaca. Pasan siete minutos exactos y, como en las películas, se abren las puertas de la sencilla unidad médica en la que me llevan hacia la Clínica del Country. Los muchachos del equipo paramédico son cordiales: jóvenes que no ocultan su preocupación. El trayecto que separa a La Sergio de la clínica es silencioso: no hay sirenas ni nada espectacular. Sólo paz y Fe. El día se presume duro para mí...
Escenas de alerta evidentes son las que se desarrollan en Urgencias. La camilla ingresa veloz, el cuerpo médico de turno me recibe de forma profesional. Se activa un procedimiento rutinario, donde auxiliares, jefes y cuerpo médico se enteran en segundos de mi delicadísima situación. Sólo espero un minuto antes de ser remitido al consultorio número 2. En breve, me indican que debo abrirme la camisa: un electrocardiograma, adelantado con todas las de la ley, arroja pésimos resultados, que dan paso a un ejército de cardiólogos, intensivistas e internistas, comandados por por la doctora Esperanza Martínez, haga su aparición. Soy conducido rápidamente al cuarto de enfermería de Urgencias, lugar donde se muere la gente... Allí hay un completo equipo de resucitación. Entran y salen médicos y enfermeras. Se encuentra la doctora Ferrater, quien habla conmigo amablemente (esta bella médica había sido la profesional encargada de tramitar el ingreso a esta misma clínica, de mi inolvidable abuelita, amorosa amiga, compañera de vida y mancorna, Myriam Garcés de Collins, el viernes 4 de enero de 2008, dos días antes de su encuentro definitivo con el Padre Eterno.) Me inducen, encuentran las venas, las inyecciones empiezan a ser parte de mi día. Soy debidamente preparado para comenzar a recibir medicamentos que permitan estabilizarme.
Entre tanto, comienzo a cantar vallenatos y a echar chistes. Un pequeño homenaje a Rafael Escalona y a ese ciego hermoso que se llama Leandro Díaz, quien todavía ilumina con sus versos primorosos el Valle de Upar, se cristalizan en versiones muy del alma de La casa en el aire y de uno de los poemas más líricos de ese folclor entrañable, que se reproduce con las horas en la provincia: La diosa coronada. "Señores, voy a contarles hay nuevo encanto en la sabana..."
Sé que me estoy yendo... Le beso las manos a la doctora Martínez y le digo que, como ella, también soy profesor. Las expresiones de los médicos son elocuentes: no necesitan emitir ninguna palabra, la tensión es máxima. Pienso que lo más difícil apenas comienza...Minutos después veo a mi mamá y a mi papá en la puerta de ese cuarto que se ha convertido en un campo de batalla ascéptico contra la muerte. Su palidez es reflejo de la mía. Me ven muerto en vida. El silencio reina. Los dos son minuciosamente informados sobre la evolución del infarto, cuyo pronóstico es reservado.
Me indican que debo descansar, instrucción que cumplo a cabalidad. Media hora después, bastante débil, abro los ojos y veo luces sobre mi cara. Es la lámpara del quirófano de hemodinamia, ubicado en el segundo piso de la clínica. El doctor Alberto Suárez, profesor de profesores, y director de ese departamento, me saluda. Intercambiamos breves palabras; por fortuna, coincidimos en algunas personas conocidas: su sobrino Carlos Alfonso, también médico hemodinamista, es compañero bachiller gimnasiano; Clemencia Sánchez, tía política mía, había trabajado con el Dr. Alberto por espacio de casi dos décadas. Así las cosas, estamos en familia...
La primera angioplastia - de las dos que me serán realizadas -, comienza con una amable advertencia del doctor Suárez: "vas a sentir una pequeña molestia; vamos a hacer un corte en la ingle, para llegar a la arteria femoral, introducir la cámara por ahí y poder ver lo que está pasando..." Efectivamente, mientras escucho las palabras, no se detienen: siento que llegan a mi corazón. Me doy cuenta que la muerte me está llamando. Lo último que alcanzo a oír es la expresión de asombro del galeno: "¡Uy, por Dios! Por favor, muevan hacia arriba, a la izquierda...¡Por Dios: la descendente anterior está totalmente bloqueda...!" En ese instante sufro un paro cardíaco, que no alcanzará el minuto de duración, y me desconecto de este planeta. No hay sonidos, sólo entro en un mundo de paz absoluta. Atravieso las líneas de conciencia, sin alucinaciones ni nada que se le parezca, y una experiencia mística única, de la que me siento honrado y profundamente agradecido con Dios, que será relatada de forma pormenorizada en este blog, se gesta dulcemente.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó. Sólo sé que de ese examen salí con un stent medicado flotando al interior de mi corazón. A la salida, veo a mis padres y hermanos en la puerta, y sólo atinó a decir: "Lo siento, después de diez años de guerra, mi organismo colapsó...No aguanté más..." (Ellos saben a qué guerra me refiero; guerra que para mí ha terminado.)
Cierro mis ojos, estoy muy cansado. Me entrego a mi destino con la paz de Dios en mi corazón. Tengo urgencia de confesarme. Estoy solicitando la presencia de un sacerdote desde que llegué a la Clínica. Pedir perdón es de humanos.
Escenas de alerta evidentes son las que se desarrollan en Urgencias. La camilla ingresa veloz, el cuerpo médico de turno me recibe de forma profesional. Se activa un procedimiento rutinario, donde auxiliares, jefes y cuerpo médico se enteran en segundos de mi delicadísima situación. Sólo espero un minuto antes de ser remitido al consultorio número 2. En breve, me indican que debo abrirme la camisa: un electrocardiograma, adelantado con todas las de la ley, arroja pésimos resultados, que dan paso a un ejército de cardiólogos, intensivistas e internistas, comandados por por la doctora Esperanza Martínez, haga su aparición. Soy conducido rápidamente al cuarto de enfermería de Urgencias, lugar donde se muere la gente... Allí hay un completo equipo de resucitación. Entran y salen médicos y enfermeras. Se encuentra la doctora Ferrater, quien habla conmigo amablemente (esta bella médica había sido la profesional encargada de tramitar el ingreso a esta misma clínica, de mi inolvidable abuelita, amorosa amiga, compañera de vida y mancorna, Myriam Garcés de Collins, el viernes 4 de enero de 2008, dos días antes de su encuentro definitivo con el Padre Eterno.) Me inducen, encuentran las venas, las inyecciones empiezan a ser parte de mi día. Soy debidamente preparado para comenzar a recibir medicamentos que permitan estabilizarme.
¿Era día de mi partida definitiva? |
Entre tanto, comienzo a cantar vallenatos y a echar chistes. Un pequeño homenaje a Rafael Escalona y a ese ciego hermoso que se llama Leandro Díaz, quien todavía ilumina con sus versos primorosos el Valle de Upar, se cristalizan en versiones muy del alma de La casa en el aire y de uno de los poemas más líricos de ese folclor entrañable, que se reproduce con las horas en la provincia: La diosa coronada. "Señores, voy a contarles hay nuevo encanto en la sabana..."
Sé que me estoy yendo... Le beso las manos a la doctora Martínez y le digo que, como ella, también soy profesor. Las expresiones de los médicos son elocuentes: no necesitan emitir ninguna palabra, la tensión es máxima. Pienso que lo más difícil apenas comienza...Minutos después veo a mi mamá y a mi papá en la puerta de ese cuarto que se ha convertido en un campo de batalla ascéptico contra la muerte. Su palidez es reflejo de la mía. Me ven muerto en vida. El silencio reina. Los dos son minuciosamente informados sobre la evolución del infarto, cuyo pronóstico es reservado.
Me indican que debo descansar, instrucción que cumplo a cabalidad. Media hora después, bastante débil, abro los ojos y veo luces sobre mi cara. Es la lámpara del quirófano de hemodinamia, ubicado en el segundo piso de la clínica. El doctor Alberto Suárez, profesor de profesores, y director de ese departamento, me saluda. Intercambiamos breves palabras; por fortuna, coincidimos en algunas personas conocidas: su sobrino Carlos Alfonso, también médico hemodinamista, es compañero bachiller gimnasiano; Clemencia Sánchez, tía política mía, había trabajado con el Dr. Alberto por espacio de casi dos décadas. Así las cosas, estamos en familia...
La primera angioplastia - de las dos que me serán realizadas -, comienza con una amable advertencia del doctor Suárez: "vas a sentir una pequeña molestia; vamos a hacer un corte en la ingle, para llegar a la arteria femoral, introducir la cámara por ahí y poder ver lo que está pasando..." Efectivamente, mientras escucho las palabras, no se detienen: siento que llegan a mi corazón. Me doy cuenta que la muerte me está llamando. Lo último que alcanzo a oír es la expresión de asombro del galeno: "¡Uy, por Dios! Por favor, muevan hacia arriba, a la izquierda...¡Por Dios: la descendente anterior está totalmente bloqueda...!" En ese instante sufro un paro cardíaco, que no alcanzará el minuto de duración, y me desconecto de este planeta. No hay sonidos, sólo entro en un mundo de paz absoluta. Atravieso las líneas de conciencia, sin alucinaciones ni nada que se le parezca, y una experiencia mística única, de la que me siento honrado y profundamente agradecido con Dios, que será relatada de forma pormenorizada en este blog, se gesta dulcemente.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó. Sólo sé que de ese examen salí con un stent medicado flotando al interior de mi corazón. A la salida, veo a mis padres y hermanos en la puerta, y sólo atinó a decir: "Lo siento, después de diez años de guerra, mi organismo colapsó...No aguanté más..." (Ellos saben a qué guerra me refiero; guerra que para mí ha terminado.)
Cierro mis ojos, estoy muy cansado. Me entrego a mi destino con la paz de Dios en mi corazón. Tengo urgencia de confesarme. Estoy solicitando la presencia de un sacerdote desde que llegué a la Clínica. Pedir perdón es de humanos.
sábado, 7 de abril de 2012
La nueva Pascua: unidos a Jesucristo
Hago un momento de pausa en la narración de la que ha sido mi historia. Es un precioso espacio para dar gracias por tantas bendiciones que he recibido hasta la fecha.
Jesucristo, regalo infinito que Dios Padre nos entrega desde la Eternidad todos los días, ha sido un gran compañero durante mi enfermedad y mi lenta recuperación. Hoy es un día muy importante para la Humanidad, porque es el sábado que antecede a la Pascua del Amor de este veloz 2012.
Mi visión del mundo y de la vida ha cambiado enormemente, pues ya no la elaboro desde la incertidumbre, sino desde esa Verdad Hermosa, que es la Vida Eterna. ¿Para qué tantas peleas, tantos desencuentros, tantas discusiones inútiles? ¿Para qué tanta angustia y envidia cuando la meta es cierta y nos está esperando?
Los invito a pensar en esas horas definitivas que vive la familia humana desde la noche en que Cristo es colocado en el sepulcro. Son horas de silencio profundo. Surge una inquietud común, que mana del corazón de los primeros cristianos. Nada se ve con claridad, porque Jesús, que con Amor se ha hecho Cristo, duerme el sueño de la muerte. Los apóstoles no dejan de plantearse esta pregunta: ¿y ahora qué? Por fortuna, la Virgen María está ahí, firme en su Fe, dando fuerzas desde un principio, ofreciendo con su valor, una oración humilde y magnífica.
Dentro de lo fuerte del episodio, José de Arimatea, hombre acaudalado, ha permitido que el Señor tenga una tumba digna, limpia, nueva; un lugar que guarda el Misterio que a todos nos une como hermanos. El Maestro de Nazaret por fin está en Paz, después de ese viernes terrible que enmarca la dimensión de su ofrenda total. Cristo Es el cordero de Dios, que en la Cruz se transforma en Camino, Verdad y Vida para todas las generaciones por venir. No hay espacio para nada distinto que el Amor.
Lejos de nuestras almas las imágenes de dolor, porque en esa solitaria Cruz, lo que se vive es la fiesta de la certeza; la Cruz es el pase que tiene toda persona humana para entrar al Paraíso, sin distingo de raza, cultura, credo religioso o condición socio-económica. En ese madero sencillo, se nos abren las puertas de la Casa del Padre, un mundo de colores dorado, blanco y sepia, pletórico en dicha, abundancia y pulcritud, donde no hay palabras, porque son los sentimientos, fuente primera del conocimiento profundo, los que fluyen de los corazones de quienes nos esperan.
Se acerca la noche de la Fe, la pesada piedra que tapa la puerta del sepulcro será movida como si fuese de algodón. La moverá el Espíritu Santo, para que Jesucristo, resucitado y vencedor de la muerte, comience a ser parte permanente de nuestras vidas, desde que somos concebidos hasta que entregamos nuestra alma al Padre -si así lo escogemos-, para ese feliz reencuentro en el Mundo de la Vida, con quienes nos han antecedido en ese Camino...
La muerte es bella, porque es la síntesis de nuestra mismidad. Cuando la estamos viviendo, sólo podemos ofrecerle a Dios lo que somos desde la libertad; libertad que es el sello de nuestra condición humana: imperfecta, divertida, sincera, difícil, versátil y plena de oportunidades desde el espíritu. En todo momento, perfectible; vale decir, que tiende a ser mejor todos los días, si es lo que elegimos.
Muy bien, mis amigos lectores, optimismo, positivismo en todas las horas. Esa es la invitación y el don maravilloso que nos ha entregado Dios a través de la Cruz. Jesucristo, Vivo Siempre, nos está acompañando a diario. De la mano de María Santísima, Madre de todos, avancemos en ese sendero de Amor, que es la vida. El Paraíso nos espera.
Jesucristo, regalo infinito que Dios Padre nos entrega desde la Eternidad todos los días, ha sido un gran compañero durante mi enfermedad y mi lenta recuperación. Hoy es un día muy importante para la Humanidad, porque es el sábado que antecede a la Pascua del Amor de este veloz 2012.
Mi visión del mundo y de la vida ha cambiado enormemente, pues ya no la elaboro desde la incertidumbre, sino desde esa Verdad Hermosa, que es la Vida Eterna. ¿Para qué tantas peleas, tantos desencuentros, tantas discusiones inútiles? ¿Para qué tanta angustia y envidia cuando la meta es cierta y nos está esperando?
Los invito a pensar en esas horas definitivas que vive la familia humana desde la noche en que Cristo es colocado en el sepulcro. Son horas de silencio profundo. Surge una inquietud común, que mana del corazón de los primeros cristianos. Nada se ve con claridad, porque Jesús, que con Amor se ha hecho Cristo, duerme el sueño de la muerte. Los apóstoles no dejan de plantearse esta pregunta: ¿y ahora qué? Por fortuna, la Virgen María está ahí, firme en su Fe, dando fuerzas desde un principio, ofreciendo con su valor, una oración humilde y magnífica.
Dentro de lo fuerte del episodio, José de Arimatea, hombre acaudalado, ha permitido que el Señor tenga una tumba digna, limpia, nueva; un lugar que guarda el Misterio que a todos nos une como hermanos. El Maestro de Nazaret por fin está en Paz, después de ese viernes terrible que enmarca la dimensión de su ofrenda total. Cristo Es el cordero de Dios, que en la Cruz se transforma en Camino, Verdad y Vida para todas las generaciones por venir. No hay espacio para nada distinto que el Amor.
Lejos de nuestras almas las imágenes de dolor, porque en esa solitaria Cruz, lo que se vive es la fiesta de la certeza; la Cruz es el pase que tiene toda persona humana para entrar al Paraíso, sin distingo de raza, cultura, credo religioso o condición socio-económica. En ese madero sencillo, se nos abren las puertas de la Casa del Padre, un mundo de colores dorado, blanco y sepia, pletórico en dicha, abundancia y pulcritud, donde no hay palabras, porque son los sentimientos, fuente primera del conocimiento profundo, los que fluyen de los corazones de quienes nos esperan.
Se acerca la noche de la Fe, la pesada piedra que tapa la puerta del sepulcro será movida como si fuese de algodón. La moverá el Espíritu Santo, para que Jesucristo, resucitado y vencedor de la muerte, comience a ser parte permanente de nuestras vidas, desde que somos concebidos hasta que entregamos nuestra alma al Padre -si así lo escogemos-, para ese feliz reencuentro en el Mundo de la Vida, con quienes nos han antecedido en ese Camino...
La muerte es bella, porque es la síntesis de nuestra mismidad. Cuando la estamos viviendo, sólo podemos ofrecerle a Dios lo que somos desde la libertad; libertad que es el sello de nuestra condición humana: imperfecta, divertida, sincera, difícil, versátil y plena de oportunidades desde el espíritu. En todo momento, perfectible; vale decir, que tiende a ser mejor todos los días, si es lo que elegimos.
Muy bien, mis amigos lectores, optimismo, positivismo en todas las horas. Esa es la invitación y el don maravilloso que nos ha entregado Dios a través de la Cruz. Jesucristo, Vivo Siempre, nos está acompañando a diario. De la mano de María Santísima, Madre de todos, avancemos en ese sendero de Amor, que es la vida. El Paraíso nos espera.
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