viernes, 16 de febrero de 2018

Creerle a Dios: el quid del asunto



Creemos en Dios por varias razones. La primera es la naturaleza, que en sí misma es un milagro.

Actualmente, la ciencia permite adentrarnos en un escenario complejo, que va mucho más allá de un simple juego evolutivo. Sin duda, los hallazgos de la biología, la química, las matemáticas y la física nos enseñan cuestiones que evidencian la existencia de un Ser Superior.

Admirados ante la complejidad de la vida y la perfección de tantos sistemas que se interrelacionan y complementan entre sí, pensar que lo percibido por nuestros sentidos es un accidente, o parte de una cadena compuesta por eslabones que responden a etapas previamente establecidas, es incompleto. En mi humilde opinión, este argumento se queda corto ante la magnificencia que nos ofrece el Universo.

Hay algo que trasciende la realidad que podemos ver y tocar; es una fuerza inusitada, que nos conecta con el Amor, en mayúsculas, que es la Verdad.

¡Cuán grande es ese misterio! Comprender que ser parte de la Creación nos convierte en beneficiarios de la obra de Alguien que nos Ama con todo su Corazón, es una buena noticia en medio de las vicisitudes de esta dimensión terrenal, concreta y limitada.

Siguiendo esta idea, podemos llegar a una conclusión hermosa: somos invitados a existir, a pesar de nuestra frágil condición, en medio de la grandeza. De este modo, entendemos que el lugar donde vivimos ha sido puesto a nuestro servicio, por deseo y voluntad de Aquél que llamamos Dios.

No obstante lo anterior, una cosa es creer en Dios, y otra muy distinta, creerle a Dios. ¡Qué difícil es creerle a Dios!

Creerle a Dios significa tener la certeza de que toda nuestra experiencia en esta tierra, es un paso hacia un mundo mucho mejor, y que debemos entregarnos completamente a la Providencia, pese a lo que podamos hacer con nuestras humanas fuerzas.

Creerle a Dios implica soltarnos, erradicar miedos, incrementar los niveles de auto-confianza y nuestra capacidad de crear proyectos para transformar los sueños en Testimonio de la propia vida. Esto requiere reconocer nuestras posibilidades y nuestra finitud, para asimilar la Eternidad. En otras palabras, somos pequeños instrumentos del Padre Eterno: sus consentidos.

Por eso, creerle a Dios es el ejercicio más íntimo de todo ser humano; ejercicio que hace desplegar nuestra finitud en medio de lo insondable: volemos con los pies en el suelo, para abrazar el sentimiento profundo que nos impulsa todos los días en la tarea de construir lo que somos, tomados de la Mano de quien nos da la posibilidad de existir.

Ese es el quid del asunto: trabajo que se plenifica cuando hemos cumplido el propósito de nuestra existencia.

Oremos los unos por los otros, como hermanos en la Fe y en el Amor. Amén.

sábado, 3 de febrero de 2018

¿Qué significa tener a Dios en el corazón?



Tener a Dios en el corazón es un regalo, una elección y un milagro. 

Es un regalo, porque es un don que recibimos del Cielo. No todo el mundo está listo para acceder a esta dicha; sin embargo, hemos sido creados para alcanzarla. Dios quiere que estemos con Él y lo amemos siempre. Es mera cuestión de reciprocidad: Él se entregó incondicionalmente por cada uno de nosotros, a través de Su Hijo en la Cruz. Por tanto, somos hermanos en Cristo: somos Su Familia.

¡Sí, tener a Dios en el corazón, implica sentirnos, sabernos y gozarnos como hijitos de Él! Qué bueno ser conscientes, incluso, en medio de las habituales crisis de Fe que nos acompañan durante nuestro paso por la Tierra, de esta posibilidad.

Es una elección que nace de la voluntad de cada uno de nosotros, porque sólo podemos tener a Dios en el corazón, si lo escogemos como Padre, si lo buscamos como Amigo, si trabajamos de Su Mano, desde la Libertad. 

Ofrezcamos nuestro esfuerzo vital, nuestra lucha por entender las vicisitudes de la vida, con valor, con la firme decisión de aceptar y reconocer el Amor pleno, la Esperanza que nos otorga esa Eternidad inmerecida, que ha sido dada a la Humanidad, gracias a la Resurrección de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.

En la práctica, esta elección se evidencia en la forma como tratamos a los demás, en la dulzura de nuestras miradas, en la calidad de nuestros silencios y en el testimonio de nuestra Fe. De nada vale decir que "tenemos a Dios en el corazón", si juzgamos, criticamos, insultamos o atropellamos a los demás.

Si nos esmeramos en construir un monólogo que destruye al otro, con la excusa de corregirlo, en lugar de mostrar que somos portadores del Amor de Dios, damos testimonio de todo lo contrario, y de paso, podemos herir a nuestros hermanos.

Sabemos que tener a Dios en el corazón se nota: el silencio tierno, las sonrisas gratuitas, la expresión que abraza, el gesto abierto a la solidaridad, la amabilidad, son prueba de ello. 

Finalmente, es un milagro. Porque no lo podemos explicar, pero nos sorprende; no lo podemos medir, pero nos sobrepasa; no lo podemos racionalizar, pero nos completa como seres humanos.

Lo más hermoso de tener a Dios en el corazón, es que es una batalla diaria, linda, donde aprendemos a negarnos para hacernos con Él. No es fácil, pero vale la pena luchar por Ello. 

Aquí estoy, Señor Jesús, con mis debilidades y fortalezas; con mis virtudes y defectos; con mi corazón y mi cabeza. Amén.