Tener a Dios en el corazón es un regalo, una elección y un milagro.
Es un regalo, porque es un don que recibimos del Cielo. No todo el mundo está listo para acceder a esta dicha; sin embargo, hemos sido creados para alcanzarla. Dios quiere que estemos con Él y lo amemos siempre. Es mera cuestión de reciprocidad: Él se entregó incondicionalmente por cada uno de nosotros, a través de Su Hijo en la Cruz. Por tanto, somos hermanos en Cristo: somos Su Familia.
¡Sí, tener a Dios en el corazón, implica sentirnos, sabernos y gozarnos como hijitos de Él! Qué bueno ser conscientes, incluso, en medio de las habituales crisis de Fe que nos acompañan durante nuestro paso por la Tierra, de esta posibilidad.
Es una elección que nace de la voluntad de cada uno de nosotros, porque sólo podemos tener a Dios en el corazón, si lo escogemos como Padre, si lo buscamos como Amigo, si trabajamos de Su Mano, desde la Libertad.
Ofrezcamos nuestro esfuerzo vital, nuestra lucha por entender las vicisitudes de la vida, con valor, con la firme decisión de aceptar y reconocer el Amor pleno, la Esperanza que nos otorga esa Eternidad inmerecida, que ha sido dada a la Humanidad, gracias a la Resurrección de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.
En la práctica, esta elección se evidencia en la forma como tratamos a los demás, en la dulzura de nuestras miradas, en la calidad de nuestros silencios y en el testimonio de nuestra Fe. De nada vale decir que "tenemos a Dios en el corazón", si juzgamos, criticamos, insultamos o atropellamos a los demás.
Si nos esmeramos en construir un monólogo que destruye al otro, con la excusa de corregirlo, en lugar de mostrar que somos portadores del Amor de Dios, damos testimonio de todo lo contrario, y de paso, podemos herir a nuestros hermanos.
Sabemos que tener a Dios en el corazón se nota: el silencio tierno, las sonrisas gratuitas, la expresión que abraza, el gesto abierto a la solidaridad, la amabilidad, son prueba de ello.
Finalmente, es un milagro. Porque no lo podemos explicar, pero nos sorprende; no lo podemos medir, pero nos sobrepasa; no lo podemos racionalizar, pero nos completa como seres humanos.
Lo más hermoso de tener a Dios en el corazón, es que es una batalla diaria, linda, donde aprendemos a negarnos para hacernos con Él. No es fácil, pero vale la pena luchar por Ello.
Aquí estoy, Señor Jesús, con mis debilidades y fortalezas; con mis virtudes y defectos; con mi corazón y mi cabeza. Amén.
Excelente reflexión.La guardo en mi corazón pues hace eco a mi modo de vivir en Dios.
ResponderEliminarMil gracias, María. Dios te bendiga.
EliminarMuchas gracias por este mensaje. Bendiciones.
EliminarHermosa reflexion
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