domingo, 25 de marzo de 2018

Semana Mayor, Semana de Amor


Gracias, Señor Jesús, por habernos enseñado el Domingo de Ramos a ser humildes en medio de la grandeza; por escoger un burro para entrar como Rey a Jerusalén, mientras los monarcas de tu tiempo se desplazaban en jumentos más finos; gracias, por no creer en los gritos jubilosos del pueblo que 120 horas después imploraba tu condena, obligando a Pilato a cumplir con una tradición romana que no tenía nada que ver con tu mensaje para este mundo.

Gracias, por compartir con tus apóstoles y con tus familiares cercanos ese último lunes, llenándolos de afecto y atendiendo sus palabras; inflamando sus corazones con tu Amor, como tierno testimonio de tu perenne Entrega.

Gracias, Señor Jesús, por acoger ese martes final a tantas personas que te querían de verdad, a pesar de tener la amenaza de muerte encima, que era el deseo de quienes integraban el sanedrín de ese momento; gracias, por abrir tu alma a tantos que siempre te buscaron, te buscamos y te buscaremos, sabiendo que acercarnos a Ti es gratis, y que a pesar de nuestras debilidades y flaquezas, siempre nos esperas. Enséñanos a seguir la Voluntad del Padre, Señor y Dios Nuestro.

Gracias, por tu nobleza ese miércoles que antecedía a la Pascua que pasaste con tus amigos; sí, gracias por tu valor y tu discreción, pues conocías tu destino, y nunca te quejaste, ni advertiste nada negativo a ninguno de los 12, ni a la Madre Santísima.

Gracias, Señor Jesús, por quedarte con nosotros para siempre en la Eucaristía que instituiste en el Cenáculo, en esa noche del jueves, con tantas emociones, preguntas y certezas; sí, la noche en que lavaste los pies de aquellos pescadores que te siguieron para aprender a llevar de vuelta las almas al Cielo; noche en que la Eternidad se hizo presente, a través del pan y del vino.

Gracias, muchas gracias, por tu Oración en el huerto de Getsemaní; por las gotas de sangre y sudor que cayeron al suelo, mientras asumías la parte final de tu tarea en esta Tierra, representada en Tu Sacrificio como Cordero de Dios, que es la expresión más elevada del Amor del Padre hacia nosotros, sus pequeños.

Gracias, Señor Jesús, por transfigurarte delante de Pedro, Juan y Santiago, para encontrarte con Moisés y Elías en el Cielo que besó nuestra Tierra ese día; por hacerte sol en el momento más oscuro de la noche.

Gracias, por tu Confianza en el Amor del Padre, esa que estaba muy por encima de los insultos, los golpes y las groserías que recibiste en la madrugada del viernes.

Con lágrimas en los ojos, te decimos gracias, Cristo, por tu corona de espinas, por tu fuerza sobrehumana en la Cruz; por tu rostro desfigurado, tu cuerpo reventado y tus ojos hinchados; por los chorros de sangre que rodaron por el madero, sellando en silencio la Alianza definitiva con la Humanidad.

Finalmente, te damos gracias por el misterio del sábado frío, pero colmado de Esperanza, y por el despertar Vivo del Domingo, porque con tu Resurrección se abrieron las puertas del Paraíso para todos.

Bendito seas, Señor de la Vida. Bendito seas, Señor Jesucristo.
















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