Fue la estrella de Belén la que anunció el nacimiento de Jesús, el Niño Dios que se hizo Vida Eterna para todos en la Cruz. Milagro, misterio y Verdad; una verdad de carne y hueso, que conoció (y conoce) la naturaleza de nuestra especie, porque tuvo a bien vivirla sin miedos ni excusas. El pequeño hijo de María, hizo grande la Historia Humana y supo capotear angustias, alegrías, penas, esperanzas, justicias e injusticias.
Jesús fue parte de la vida de su comunidad, trabajó con calidad y llevó la Buena Nueva con el valor que sólo reflejan quienes tienen en su Alma la grandeza de aceptar el reto de su propia existencia. En este caso, el de ser Dios y Hombre al mismo tiempo.
¡La Navidad nos invita a arrodillarnos en acción de gracias! Pensar que Dios quiso ser uno de nosotros es comprender la esencia más pura del Amor. La Humildad, en mayúsculas, del Niño Jesús, desnudo y en medio de un pesebre sencillo, permite entender el significado de este nacimiento. Las condiciones en las cuales llegó al mundo, lo plenifican como Hijo de Dios, único e irrepetible.
Jesús es la Salvación de quienes lo escogen, y el Camino esmerado hacia el Padre. Porque sólo Él, únicamente Él, es el Cristo que derramó Su Sangre para tapizar de flores la vía al Cielo, por y para los seres humanos de Buena Voluntad. El Niño Jesús, Cordero de Dios Vivo, abrió las puertas del Paraíso, llenando de Amor la pregunta que todo individuo busca en su paso por esta dimensión.
La Navidad, de igual modo, es una fiesta que celebramos para conmemorar la Victoria de la Vida, y nos recuerda también las afugias de una familia que en una noche fría, se encontraba lejos de casa, de viaje, cumpliendo un mandato legal.
Navidad debe ser una ocasión para meternos en los zapatos de la Sagrada Familia: María, en un trabajo de parto único, lleno de certezas sobrehumanas, viviendo las circunstancias propias de tan dura responsabilidad, muy superior a cualquier labor maternal; José, atareado, buscando donde quedarse, para atender esta situación, previsible e inminente. El hombre ruega por un lugar digno para su esposa y el bebé por nacer: recibe portazos en la cara, negativas, miradas perdidas, excusas... En fin, Belén era un recóndito paraje del Imperio Romano; remoto pueblito judío, perfectamente perdido en el mapa del gran poder terrenal... ¡Así actúa Dios y ahí nació su Hijo!
En esta Navidad celebremos el Nacimiento de Jesús de una forma diferente. Abramos nuestros corazones para sentir al Niño Dios, tal como lo hicieron María y José, en esa helada noche de zozobra que se transformó en amanecer de infinita alegría. ¡Qué belleza! El Niño Dios nació y se quedó con nosotros para siempre.