jueves, 11 de enero de 2018

Una Epifanía personal



Recibo el año nuevo con la firme intención de tomar decisiones definitivas. Se me plantea un giro de 180 grados, que daré de la mano de Dios. El 2018 es el año de mi epifanía personal.

Es mi deseo ofrecerme en cuerpo y alma al plan que nuestro Creador ha trazado para mí. Él conoce los sueños que existen en mi alma, y sé que, a pesar de las flaquezas que me acompañan, jamás me va a abandonar. El ejercicio más significativo del año debe basarse en la conquista diaria de la mayor coherencia posible, lo cual implica perseverancia, disciplina, prudencia y constancia.

Plenamente consciente de mis condiciones, asumo la labor de transformar mi propia vida de forma positiva, para ser parte de la transformación de la vida de quienes me rodean y me aman.

Los invito a pedir excusas a quienes hemos herido, desde el fondo del corazón. Elevemos nuestra voz hasta el Cielo con sencillez, orando por quienes nos han ofendido.

El Padre Nuestro es una magnífica guía de vida. Que sea el año de esta hermosa manifestación del Hijo, cuando nos enseñó a dirigirnos al Padre Eterno.

Muy temprano, el 6 de enero, conmemorando 10 años de la partida de mi adorada abuelita Myriam, estuve en Soracá (Boyacá),  acompañado por personas que llevo en mi corazón, en especial por la preciosa de Dios, como yo le digo, mujer que tiene en su alma una infinita Fe y el talante de quienes han caminado con firmeza por los escarpados senderos de los paisajes existenciales difíciles. Su testimonio de vida deja ver el valor y la templanza que se requieren para superar los obstáculos.

En esa ocasión, las bellas montañas boyacenses fueron perfecto escenario para reflexionar sobre el rol de los reyes de Oriente, aquellos sabios que siguieron la estrella de Belén para encontrarse con el Señor recién nacido. Tuve la oportunidad de asistir a una Misa irrepetible. Aprendí el significado que tienen los regalos ofrecidos al Niño Jesús por los monarcas que le rindieron tributo en el pesebre.

Que nuestra existencia sea entonces testimonio del Oro que representa el esplendor de la realeza espiritual; de la mirra fragante y exquisita, para que sea empleada como fino ungüento en nuestra obra de vida, rica preparación a esa muerte corporal que nos espera y da paso a nuestro nacimiento definitivo; y por supuesto, del incienso aromático y lleno de trascendencia, para que permita elevar al Cielo cada acto que hagamos, en pos del Paraíso que debemos conquistar en este mundo, bello reto de todos los días.

Que el Amor del Cielo inspire esta labor para todos. ¡Feliz año!

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